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Alma maestra

Hay una antigua belleza que sólo se ve frente al espejo opaco en el que todos podemos mirarnos. El halo vaporoso de nuestra exhalación sobre ese espejo hunde la imagen en el vacío infinito. Interrumpimos por un segundo el devenir y con el aliento vuelve el alma al cuerpo. Vuelve como astilla, como soplo. Organiza sus miles de partes siempre con sus contornos redondos, como toda lágrima, como todo planeta. Hay fuerzas (fuerzas más allá de toda voluntad, fuerzas que son el misterio mismo) como vientos de polvo de estrellas que mueven estas partículas libres de forma, cual danza de nubes. Se acercan suavemente a nosotros, como si alguien hubiese soplado un panadero y sus pelusas de deseos fragmentados, sus remolinos de cenizas mortales nos rozaran la piel. Las perseguimos y las respiramos para reencontrarlas volátiles en nuestro interior. El mundo de lo pequeño es tan infinito como lo que se pierde en la oscuridad de los agujeros negros. Nada tiene borde definido porque la separación entre las cosas es aparente pues estamos enlazados a toda parte, a toda molécula de esta maravilla que es el mundo. También, a lo que decimos en una conversación de verano en un patio con un espejo en el entrecejo que llamamos conciencia.

La conciencia me dice que la reunión circunstancial de átomos que llamamos Ernesto Ballesteros piensa, dibuja, escribe fuera de sí, con la parte de la mente, del alma y del corazón que es común a todos. Está conectado con algo antes de saber, algo que no nos pertenece, que se va, vuelve y se disuelve. Podemos deambular sus dibujos como quien sabe que cada brizna de pasto, cada grano de arena tiene un  alma, recorrerlos y habitarlos, como la casa que somos. Grande o pequeña, con zonas ocupadas y otras olvidadas. Habitaciones plegadas y secretas, sótanos, altillos, pasadizos y ventanas. Cuartos y rincones ocultos, jardines y lugares que desconocemos. Espacios diáfanos y raídos, oscuros o frescos. Adentro es las cavernas y afuera las estrellas o a la inversa, porque está tan lejos la galaxia más lejana como nuestro dedo índice.

Estos dibujos también tienen dibujadas unas palabras. Oraciones escritas de a pares que por lo paradojal de su enlazamiento son la dialéctica del despertar inmediato.

Desde de allá o desde aquí, desde su no-yo, el artista nos trae estos regalos para que nos veamos. Para que nuestra vida, ese largo intervalo entre la inspiración y la exhalación, sea profunda y verdaderamente bella.

Algo me dice: los seres llegan, están y se van, pero cambian todo con su paso.

 

Silvia Gurfein
Enero de 2020