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Esta serie, más allá del título, es la que menos se asocia con la temática astronómica en sí. Son mosaicos en donde superpuse fotos de trompos con luz propia en movimiento. Me encantan los trompos, tengo varios, no se puede decir que los colecciono, pero los atesoro.

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En las fotografías se hacía visible solo la luz en movimiento de cada uno de ellos. Algunos tenían funciones para que en movimiento cambien su luz y el ritmo en que se prendían y apagaban. Esto daba un abanico bastante amplio de ritmos, colores e intensidades.

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Hice pintar la sala del Centro Cultural Recoleta de negro, colocar alfombra negra en los pisos y obturé la propia entrada para que el observador, al entrar, se encontrara en un lugar realmente oscuro. Ni siquiera había cartel de salida con la flechita típica. En su lugar, había una persona del museo, que estando adentro ya tenía la vista acostumbrada a la intensa penumbra, y ante cualquier problema podía guiar al visitante hacia la salida.

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En las paredes y en una zona central del piso, estaban pegadas las fotos, cuyos contornos eran negros, con lo cual, solo se veía la figura y no se notaban los bordes de las fotos. Estas luces surgían de la negrura misma.

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A su vez, la iluminación en ningún caso era blanca, en todos los casos tenía un tinte. Incluso en una de las imágenes había un timer que hacía que cambie el tinte de la iluminación de amarillenta a azul, con lo que la imagen iluminada, cambiaba, porque en una opción desaparecían ciertas zonas y se incrementaban otras y viceversa.

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Para mí era como un viaje al universo del pensamiento, de las ideas, los recuerdos, inmersos en la oscuridad del no pensamiento, de lo olvidado, del sueño silencioso. Como si necesitáramos los mismos instrumentos de aumento para reconocer esas manifestaciones mentales que los utilizados para resolver objetos lejanos y de muy baja luminosidad.